En 1912 se publica
el primer número de la revista “Imago”. En él se incluyen los dos primeros
capítulos de un texto de Freud que, a los pocos años, se editará como libro
bajo el título de “Tótem y tabú. Algunos aspectos comunes entre la vida mental
del hombre primitivo y los neuróticos”. Freud busca en ese texto “aplicar el
punto de vista y los hallazgos del psicoanálisis a problemas no resueltos de
psicología social”.
En el “Prólogo” que
escribe en 1930 para la edición hebrea, precisa aún más sus objetivos: “Se
trata de un libro que estudia el origen de la religión y la moral”.
Muchos biógrafos
sostienen que, de entre las miles de páginas escritas por Freud, las que
conforman este texto siempre tuvieron para él un lugar especial en su corazón.
¿Hacia dónde
confluyen las conclusiones de Freud? ¿Dónde ubica el origen de la religión y la
moral? En un crimen, un asesinato colectivo, y en las consecuencias que dicho
crimen acarreó. A medias entre un detective y un mitógrafo, Freud postula que
la humanidad se constituyó como tal a partir de un asesinato, que abrió para
los hombres una cuenta, incluso diría la posibilidad de contar, la posibilidad
de todas las cuentas por venir.
Las noticias
cotidianas siempre nos traen las sumas de los muertos: 2 por la inseguridad, 5
por la violencia en el fútbol, 30 por un bombardeo en Damasco, 150 a manos del
último huracán. Esa manía de contar todos los días nuestros muertos nos
acompaña desde tiempo inmemorial, desde que somos hombres y contamos nuestro
primer muerto. Y no porque se tratara de un ser especial mientras estaba vivo.
Él guarda un lugar especial por haber sido el primer muerto que se contó como
tal. Entonces, después de muerto, se lo reconoció como Padre, luego como Tótem,
finalmente como Dios. De él dimanan la moral, la ley, las costumbres
religiosas.
No podría decirse
que esta tesis haya impactado en la Antropología de la época. Hubo que esperar
casi cuarenta años para que fueran retomadas por Claude Levi-Strauss en su
texto “Las estructuras elementales del parentesco”.
Levi-Strauss
retraduce las tesis freudianas a la lengua de la ciencia estructural que estaba
construyendo. Ya no necesita, por tanto, remontarse a un hecho histórico
capital para ubicarlo como causa del
funcionamiento social.
“Freud explica, con
éxito, no desde el origen de la civilización sino desde su presente y, al salir
en buscar del origen de una prohibición, no logra explicar, por cierto, por qué
el incesto es conscientemente condenado, sino cómo se lo desea
inconscientemente. (…) El deseo de la madre o de la hermana, el asesinato del
padre y el arrepentimiento de los hijos, sin duda no corresponden a un hecho o
a un conjunto de hechos que ocupan en la historia un lugar determinado. Pero
traducen tal vez, bajo forma simbólica, un sueño a la vez perdurable y antiguo,
y el prestigio de ese sueño, su poder para modelar los pensamientos de los
hombres a pesar de ellos, proviene precisamente del hecho de que los actos que
evoca jamás fueron realizados porque la cultura se opuso a ello, siempre y en
todas partes. Las satisfacciones simbólicas a las que se inclina, según Freud,
la nostalgia del incesto, no constituyen entonces la conmemoración de un
acontecimiento. Son otra cosa y más que eso: son la expresión permanente de un
deseo de desorden o más bien de contraorden”.[1]
Podemos, a partir
de allí, dejar de lado la teoría “traumática”, aquello que justamente busca
explicar los síntomas a partir de un hecho anómalo ocurrido en el pasado, y
adentrarnos en la teoría estructural, que permite una re-lectura de las tesis
freudianas.
Es esa aventura
fascinante la que Levi-Strauss le permitió a Lacan. Una aventura que supuso, en
palabras de éste último, la posibilidad de “re-inventar el psicoanálisis”. Y
son los inicios de esa aventura, que se extendió a lo largo de 30 años, los que
Silvia Mulder documenta y descifra en este libro.
[1] C. Levi-Strauss: (1949) Las
estructuras elementales del parentesco. (Planeta-Agostini, Barcelona, 1993,
tomo II, pp.569).
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